Tenía seis años cuando entré por primera vez en la escuela de la Colonia Iberia. Lo recuerdo como si fuera hoy. Por fin, me había hecho mayor. O eso pensábamos nosotros, porque en la colonia ir a la escuela marcaba un punto de inflexión: era dar el salto que te permitía pasar de niño a mayor.
Todos entrábamos a la misma edad y salíamos con 14 años. Muchos, listos para pasar a engrosar la nómina de trabajadores de La Fábrica como aprendices. Otros, preparados para estudiar bachiller o formación profesional en Aranjuez. Al principio, había solo dos aulas y dos maestros: D. Rafael, el de los chicos, y Doña Evelia, que enseñaba a las chicas. Con el paso de los años y el incremento de alumnos, hubo que ampliar las clases y se incorporaron dos nuevas maestras: Meme y Paqui. Antes y después pasaron por allí otros profesionales de la docencia que dejaron una huella imborrable en nuestros recuerdos y en nuestra formación.