A las personas como yo, que rondo ya los ochenta años, se nos nubla la memoria cuando hablamos de la Colonia Iberia. Pero sí sé que aterricé en ella con ocho años y que un poco después, cuando ya era algo más mayor (entre 1944 y 1948), me encantaba ver aquellas obras de teatro que representaban los mayores y cuyos títulos vagamente recuerdo: La pluma verde, Tierra baja, Manda a tu madre a Sevilla…
Por fin, me llegó la oportunidad de participar en una representación teatral. Recuerdo que empezamos a ensayar Noche de asilo, una obra en la que yo hacía uno de los papeles principales. Nos dirigía el maestro y ensayábamos en el salón que había delante del escenario. Uno de los días de ensayo, el señor Luis Peralta, que por aquel entonces regentaba el Casino, dejó colgados detrás del escenario unos racimos de uvas. Misteriosamente, las uvas desaparecieron y se montó un buen lío. Tanto, que hubo juicio, pero como quiera que el comensal o comensales no aparecieron, la obra, en cuyos ensayos tanto nos esforzábamos, acabó por suspenderse. He de decir, en aras de la verdad histórica, que las uvas estaban exquisitas. Desde entonces mi hobby ha sido siempre el teatro, y por extensión cualquier actividad artística.