Nos llamamos Pablo y Maribel, pero nos podríamos llamar Luis, Angelines, Rosi, Ángel, Tere, Jesús, Javier, Fernando... Tanto da.
Para los chicos y chicas de La Fábrica había algunas fechas del calendario que eran emblemáticas: el 18 de julio -por el baile- , las Navidades y Reyes, el 10 de mayo y alguna más.
Pero una de las citas festivas principales era el Día de las Meriendas.
Todo comenzaba poco antes del Domingo de Resurrección. Los amigos nos juntábamos para decidir qué comprar, dónde ir y a qué hora salir. La mayoría llevaba la clásica tortilla de patatas, hecha por su madre con mucho esmero. La bebida se compraba en el economato. No aprovisionábamos con mucha Coca-Cola y Fanta, y con poco o nada de alcohol, porque los jóvenes de entonces pasábamos de esas bebidas.
¿Dónde íbamos a ir? Básicamente, dependía de la edad. Si tenías más de 14 años, al río, por mucho que le pesara a tus padres. Si eras más jovencito, a la charca. Y si eras poco más que un niño, a las olivas al otro lado del cerrete, por supuesto bajo la supervisión de tus padres, que de vez en cuando te hacían una visita.