jueves, 8 de enero de 2015

Todos tenemos algún referente

Javier A. y Pablo G.
Cuando somos pequeños, todos buscamos nuestros referentes, tanto dentro como fuera de la familia. Admiramos a alguien que por su forma de ser, su sabiduría, sus habilidades… etc, nos resulta todo un ejemplo. Fuera de mi familia, yo a los 13 años tenía como referente a Mark Spitz, ¿lo recordáis?, ganó 7 medallas de oro en natación en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. Tenía colgado sobre la cabecera de mi cama el único póster que mis padres me dejaron tener y en el que posaba con las 7 medallas y un bañador con la bandera americana. Incluso llegué a comprarme el mismo modelo de bañador. 

Pero eso fue durante una pequeña etapa de mi vida, al fin y al cabo era alguien del que sólo sabía lo que escuchaba o leía por ahí, demasiado lejano para mí. 

Durante mi vida en La Colonia, tuve la suerte de tener otro y ese sí que era real. El primer recuerdo que guardo de él cuando yo era muy pequeño, 8 o 9 años, es cuando un día me fui con mi hermano y sus amigos, todos 4 años mayores que yo y este chaval que tendría 12 o 13 años, les dijo a sus amigos "llegará un día en el que le preguntaremos al reloj que llevaremos en la muñeca, por la hora y este nos responderá". A sus amigos les pareció una estupidez, lo veían del todo imposible, pero a mí no me lo pareció, yo creía que si él lo había dicho, seguro que tenía razones de peso para hacerlo. 

Poco después, durante mi adolescencia, cuando tanto mis amigos como yo, teníamos alguna pregunta de esas cuya respuesta no sabes dónde encontrar, de esas que uno se plantea sobre el bien y el mal, lo posible o lo imposible, cuando la mente comienza a plantearse dudas filosóficas… acudíamos a él. 

Con él hacíamos viajes a Toledo y nos hacía de guía, nos enseñaba lugares de la ciudad que nosotros jamás hubiéramos descubierto por nuestra cuenta, (aquí vivió Fulano, esto lo hizo Mengano, esto se construyó en el año xxx y tardaron xxx en terminarlo)… Una gozada, un tipo bastante mayor que nosotros que se permitía el lujo de perder su tiempo en acompañarnos y enseñarnos. 

Cuando se compró unos buenos prismáticos, en verano nos íbamos de noche a la charca a mirar la Luna y las estrellas, nos enseñó a identificar las constelaciones y a utilizar un mapa del firmamento que para poder verlo, alumbraba con una pequeña linterna de las de pila de petaca que llevaba consigo. 

Nos alentó y motivó con la idea de montar un grupo Scout como el que había en Aranjuez y con el que tenía contacto por medio de algunos de sus amigos del instituto. Después de la visita que hizo al local del grupo, cuando nos comentó como era, surgió una frase que aún recordamos algunos de los que formábamos parte de ese grupo de amigos "El local es pequeñito, pero acogedor". La idea no salió adelante porque no teníamos la posibilidad de conseguir un local, pero durante un tiempo, soñamos y vivimos esa ilusión, aprendimos algunas cosas sobre Baden Powell, construcciones en el campo con muy pocos recursos, rastreo, orientación… todo ese mundillo de aventura que después de 30 años, he podido vivir en mis propias carnes de manera profesional. 

Nos enseñó a jugar al Mus en el casino. Nos enseñó problemas de lógica extraídos de algún libro de Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, que parece ser era un grandísimo matemático especializado en temas de lógica. 

Y a mí, personalmente, me ayudó con las matemáticas y la física que una y otra vez suspendía en el instituto, consiguiendo recuperarlas en el mes de septiembre. 

Ya veis, todo un referente que hace unos días se pasó por mi casa para saludarme 40 años después. 

¡Gracias Pablo!, ya sé que no te gustan estas cosas del reconocimiento público, pero es algo que quería contar desde que creé el blog de La Colonia y ahora, después de verte, doy salida.
  • Javier A. A.

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