miércoles, 14 de septiembre de 2011

La piscina / terraza / baile de verano

Allá por los años 50, la dirección de la fábrica de Castillejo construyó unas piscinas en la Colonia Iberia para los obreros y familiares: una para mujeres y otra para hombres. En aquel tiempo yo tenía siete u ocho años, y ni yo ni ninguno de mis amigos sabía nadar. Pero con el tiempo, a base de aguadillas y chapuzones, se nos fue quitando el miedo al agua y aprendimos a nadar.

Años después, en las fiestas de 
verano, pudimos poner a prueba nuestros progresos, porque se organizaban campeonatos de natación y saltos de trampolín, pero casi siempre ganaba Carlos Verdugo, que era un experto nadador.



La piscinas tenían también un componente… digamos no estrictamente deportivo. En aquellos tiempos, pocos habíamos visto a una mujer en bañador, más allá de las películas. En cierta ocasión, algunos mozos (y también algunos casados), decidieron subirse a los grandes árboles que había junto a las piscinas para echar una ojeada a la chicas, pero éstas, al darse cuenta de que las estaban espiando, formaron un gran alboroto.



Las piscinas de las mujeres tenían barra de bar, ya que en las noches de verano se montaba una terraza para pasar sus veladas. También había una pista de baile, donde en días señalados (como las fiestas del 18 de julio y de la Virgen de Agosto) se celebraban verbenas y concursos de baile. En el concurso de jotas, la pareja formada por Evelia, la maestra y Manolo, el barbero, solían ser siempre los ganadores y en el de tangos Mari Tere y su hermano Ramón también eran poco menos que imbatibles.



Las piscinas eran también el punto de reunión de las fiestas informales. En los fines de semana del verano, las pandillas de mozos y mozas organizábamos nuestros guateques, y después de que las chicas se marcharan a su casa nosotros seguíamos con nuestra fiesta. Cuando cerraba la piscina y nos echaban seguíamos por la calle con nuestro jolgorio y alboroto, dando la lata a los guardas de turno, Cristóbal Morón y Julián El Cabezón. Ya de madrugada volvíamos, saltábamos la valla de las piscinas para bañarnos sin ropa e intentábamos, inútilmente en la mayor parte de los casos, superar los excesos etílicos en los que habíamos incurrido.


Pasaron los años y estas piscinas dejaron de ser aptas para el baño. Se construyeron otras más pequeñas para los vecinos que quedaban en la colonia y siempre me gustó ir allí a tomarme una cerveza, ver a mi hijo y a sus amigos bañarse y, sobre todo, a rememorar mis tiempos de niñez y juventud.
  •  Angel Martínez Giménez “El hijo del tío Paulino” 
Extraído del libro "100 años de la Fábrica de Castillejo"
(puedes descargarlo desde aquí)


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