domingo, 14 de junio de 2015

Cosas del destino

Quiero compartir con vosotros un pequeño capítulo de la historia de mi familia, ya sé que es algo muy personal y que posiblemente podríamos decir que no tiene nada que ver con la Colonia, pero el hecho de que una de las protagonistas sea mi madre, lo convierte en fundamental para lo que a posteriori fue mi vida y la de los míos en la Colonia.

Este capítulo lo extraigo de un trabajo que estoy haciendo para mi familia y que hace que haya dejado un poco de lado todo lo referente a la Colonia Iberia.

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Del colegio a Valencia


Como la situación era muy difícil, los abuelos decidieron internar en un colegio a los tíos Antonio, Angel y a mi madre, Inés. Era la única posibilidad que encontraron para que al menos pudiesen tener algo que echarse a la boca.

En el mes de Marzo de 1937, poco después de su ingreso en el colegio, junto con otros niños y sin conocimiento por parte de ninguno de sus familiares... les montaron en un tren y les llevaron a Valencia, por aquel entonces capital de la república, que aún no había entrado en guerra ya que no fue tomada hasta el año 1938.

Durante todo el trayecto, un señor que viajaba en el tren se hizo responsable de todos los niños que iban en el vagón, pero al llegar a Valencia desapareció dejándoles abandonados en la estación, sin explicación alguna. Ninguno de ellos sabía qué estaba pasando, ni siquiera si iban a volver a ver a sus padres.

Un soldado español que pasaba por allí, se interesó extrañado por lo que estaba pasando y ante el desconcierto de todos ellos les llevó a un centro social situado en un palacete de la ciudad, para intentar identificarles y dejarles en manos de las autoridades.

No es difícil imaginar el miedo, incertidumbre y desesperación por el que pasaron, mi madre con 8 años, que no paraba de llorar, el tío Angel con 11 y el tío Antonio con 14.


Felicidad Carbonell
Mientras esperaban que les atendieran, una señora, amiga de otra que trabajaba en dicho centro como asistenta social o algo parecido, estaba esperando su salida para ir al cine. Al oír los llantos de mi madre, preguntó por lo que estaban haciendo todos esos niños allí. Su amiga le comentó que iban a ser embarcados hacia Rusia*.

Felicidad, que así se llamaba esta señora, espantada por lo que estaba viendo, le comentó a su amiga su intención de llevarse a la niña a su casa. Entre las dos llegaron a la conclusión de que lo mejor era no decir nada a nadie y arriesgarse en llevar la idea adelante. Pero mi madre no estaba sola y tanto los tíos como ella, no estaban dispuestos a separarse, así que decidieron llevarse a los tres.

Días después, ante la insistencia de Pilar, que así se llamaba la señora amiga de Felicidad que trabajaba en el centro social, debido a que en el recuento total de niños faltaban los tres hermanos, volvieron para darles de alta. Afortunadamente para ellos, el resto de los niños ya habían partido hacia Rusia.

La noticia trascendió a toda la ciudad y fueron muchas las personas que se pasaron por el centro social para ver qué podían hacer en adelante y así evitar que volviera a repetirse esa situación.

Una vez en el centro, un señor, dueño de una autoescuela y un taller de mecánica de la calle Ciscar de Valencia, pidió quedarse con uno de los niños, el tío Antonio. A continuación, un médico de la ciudad de Torrente se hizo cargo del tío Angel y finalmente, Felicidad se quedó con mi madre.

Felicidad consiguió evitar el exilio de los tres hermanos y convertirse en una más de la familia.

¿Qué podrían sentir los abuelos al ver que sus hijos habían desaparecido sin aviso alguno y sin saber qué hacer para recuperarles?

Poco después, alguno de los tíos pudo ponerse en contacto con los abuelos por medio de una carta y volvieron a reunirse con toda la familia.

Mi madre permaneció por temporadas en Valencia, donde fue tratada como una hija y gracias a ello, tuvo la oportunidad de ir al colegio y disfrutar de muchos privilegios que sin duda, no habría podido tener de haberse quedado en Madrid.

¡Qué curioso puede llegar a ser el destino! Cruel para los que no pudieron evitar el exilio y amable para los que gracias a los llantos de una niña y la compasión de una señora, consiguieron tener la oportunidad de vivir durante unos años con más posibilidades de las que podrían haber imaginado.

*(La primera expedición de niños a la Unión Soviética partió del puerto de Valencia el 21 de marzo de 1937, en el mercante Cabo de Palos, con 72 niños procedentes en su mayoría de Madrid y Valencia, con destino al puerto de Yalta. Fueron llevados a un campamento en la localidad de Artek, en Crimea, a orillas del Mar Negro. En el mes de agosto se les trasladó hasta Moscú, donde ya estaba preparada la primera casa que albergaría a los pequeños españoles) (Fuente: Rusos por el mundo).

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